Massive Attack

Música para hacer bailar la cabeza: a 30 años del debut de Massive Attack

Esta semana se cumplieron tres décadas desde que la banda británica comenzara su carrera con Blue Lines en 1991. El larga duración sintetizó como ninguno en ese momento una multiplicidad de estilos que definían la identidad de una ciudad, marcando sin saberlo el inicio de un nuevo género musical que entreveró hip hop, soul, reggae y dub.


Cuenta la leyenda que el trabajo de composición de Blue Lines, el admirable debut de Massive Attack, solo se interrumpió por dos cosas: la Navidad y, por supuesto, la copa mundial de fútbol de Italia 90′. Fanáticos de la pelotita, Robert 3D del Naja y Daddy G, miembros fundadores de Massive Attack, llegaron hasta este punto luego de trabajar por casi ocho meses encerrados en una pequeña pieza que Neneh Cherry les había prestado.

«Era la habitación de su hija menor… Fue Cherry quien nos empujó a grabar, porque nosotros éramos un par de flojos», aseguró G a The Observer en 2009. Él y Del Naja decidieron cerrar por fuera la puerta del proyecto The wild bunch, un colectivo de grafiteros, dj y artistas (uno de los tantos sound systems de la época), que se venía presentando con bastante éxito por los clubes de Bristol desde 1988, y en el que se fraguaron varias ideas que después tomarían forma en Blue Lines.

La relevancia del debut fue la de sintetizar un montón de influencias culturales y sonoras que se paseaban por las calles, bares y casas de la ciudad puerto ubicada al oeste de Londres. Bristol, un lugar brumoso agujereado por los gritos de las gaviotas, se convirtió en un emplazamiento multicultural donde la cadencia de melodías jamaiquinas se mezcló con el hip hop y la cultura del graffiti, para ir soltando de cuadra en cuadra, sonidos herederos del dub y el postpunk que estaban a la espera de ser condensados y dirigidos a las masas con una denominación de origen: el trip hop.

El disco fue remasterizado en 2012. Su portada, diseñada por el mismo Del Naja, es un homenaje a la cubierta del disco «Inflammable Material» de la banda de punk Stiff Little Fingers.

Esta cadencia de motor en relenti se destapa en Blue Lines en apenas 45 minutos, y pone la mano ganadora sobre la mesa desde el comienzo del juego con la línea de bajo en «Safe from harm». La voz de Shara Nelson es la encargada, en dos de los principales singles, de entregar la pasión que los maestros de ceremonias parecen reservarse. Ella, quien comparte créditos en cuatro de los temas del disco y que dos años más tarde sería nominada al Mercury Price por su obra solista «What Silences Knows», es capaz de moverse a través del arreglo de cuerdas de Will Malone para abrir la puerta del desgarro y el drama parejero en «Unfinished sympathy» (una de las 10 mejores canciones de todos los tiempos según una encuesta realizada por The Guardian en 2009). Se trata, como resume Bob Stanley en su libro «Yeah, Yeah, Yeah. La historia del pop moderno» , de un «… sonido atravesado de novedad y libertad, que anuncia una especie de utopía oscura».

Este soul industrial para fumetas donde también saltaría a escena Tricky poniendo la voz y algunas ideas en un par de canciones, se sentía fresco y político al mismo tiempo. Girando en una amalgama de géneros complementarios, que tal vez se acercan a lo más clásico de la música negra ochentera en cortes como «Be thankfull for what you’ve got», aspira a ser calificado como una de las últimas bocanadas de originalidad que el pop nos ha entregado, y donde también destacaron agrupaciones como Portishead y Morcheeba. «Queríamos hacer música para hacer bailar la cabeza más que los pies», aseguraba Daddy G a fines de la década pasada, y no estaba mintiendo.


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