Kurt Cobain

Kurt Cobain, la última leyenda

Cansado de la fama y convertido en un adicto entregado a la heroína, el vocalista del grupo más importante del grunge decidió ingresar el 5 de abril de 1994 por la puerta ancha al panteón del rock. Se inyectó una dosis letal de su droga favorita y se voló los sesos de un escopetazo. Tenía 27 años.


La mañana del 20 de febrero de 1981 fue premonitoria para Kurt Cobain. Ese día cumplía 14 años y sus padres no tuvieron una mejor idea que regalarle una cámara Súper 8. Cobain estaba dichoso. Desde hace unos meses, le había confiado un secreto a Donald, su padre. “Tengo un guión escrito para hacer un corto”, le repitió varias veces. Su imaginación adolescente mostraba signos de sordidez que se harían costumbre en el futuro. Un texto escrito y dirigido por él que, llamado “Kurt comete un puto suicidio” –grabado justo un año después-, lo mostraba cortándose las venas con una lata de bebida partida en dos. En ella, el futuro líder de Nirvana aparece desangrándose lentamente hasta caer al suelo producto de la anemia. Como si estuviera anticipando su propia muerte.

Desde que tenía ocho años –cuando sus padres se separaron- la última gran estrella del rock supo que tendría un final abrupto. Que la bala con que se voló la cabeza el 5 de abril de 1994 en su mansión de Seattle –cinco días después de arrancarse de una clínica de desintoxicación saltando una pared- era el cierre perfecto de una existencia al límite y marcada por el abandono, la soledad, la heroína y la frustración.

Cobain nació el 20 de febrero de 1967 en Aberdeen, una pequeña y lluviosa ciudad del estado de Washington. Un pueblo donde convivían desempleados, alcohólicos y veteranos prejuiciosos que no tenían empacho en dispararles a los drogadictos y homosexuales que rondaban por el entorno. Su infancia, según declaró, fue feliz. Hijo mayor –su única hermana, Kim, es tres años menor- de un mecánico que trabajaba en una maderera y de Wendy, una dueña de casa que, posteriormente, se desempeñó como secretaria, los Cobain eran la típica familia estadounidense de clase media. Tras vivir un tiempo en un tráiler, arrendaron una casa y progresaron. Hasta que la felicidad se rompió. Donald y Wendy no se llevaban bien, discutían, se separaron y el pequeño Kurt sintió el impacto como ninguno de sus familiares.

Mientras, su padre solo hablaba con él para invitarlo a comer hamburguesas o para comprarle ropa para que se convirtiera en jugador de béisbol. Era su sueño. Ese fue el germen del odio para el cantante de Nirvana. Los ingredientes precisos para fabricar una personalidad dispersa, fulminada por la incomprensión.

Tras pasar por diez casas distintas desde 1983 a 1986, Cobain sentía el desamparo. Fue arrestado por estar borracho, drogado –o ambas-, dejó de ver a su padre para siempre y su madre lo echó de la casa a los 17 años por “irresponsable”. Su única alegría en su febril adolescencia fue una guitarra que le obsequió su tío Chuck –hermano de su madre- cuando tenía 14 años y que se transformó en su única compañía fiel. Era un periodo en que el rubio cantante, en más de una noche pasado de copas, prometió a sus amigos que se convertiría en una estrella de rock, rica, famosa y que moriría en su mayor momento de gloria. Al igual que uno de sus ídolos: Jimi Hendrix.

Su afán por convertirse rápidamente en mito lo hizo caer en mentiras. En varias entrevistas dijo que en un par de inviernos había dormido debajo del puente Young Street Bridge de su ciudad natal. Era falso: con el mal tiempo invernal, la marea sube hasta que no quedaba ningún lugar seco en ese lugar. Otra vez señaló que la primera guitarra la había comprado a los 17 años después de vender armas. La realidad era que su madre tenía varios rifles y, tras una noche de discusión con su nueva pareja –que estaba borracha-, lo quiso matar. Kurt observando lo que podría ser una horrible tragedia, convenció a su madre que desistiera su acción y lanzara las armas al río Wishkah. Al otro día, el músico fue con dos amigos al sitio, encontró los rifles y los vendió. Con ese dinero compró su primer amplificador.

Cobain comenzaba a delinear sus gustos musicales. Por una parte, estaba imbuido de los grupos que escuchaba en la radio. The Beatles, The Monkees y The Carpenters. Y, por otro lado, de bandas que había conocido con sus amistades: Hendrix, Black Sabbath, Led Zeppelin y Aerosmith. Pero el click que le cambió la forma de entender la música fue conocer a Buzz Osbourne, el líder de los metaleros Melvins y su padre espiritual en el rock de vanguardia. Osbourne lo sumergió en el punk, pero también le abrió las puertas de la percepción con nombres fundamentales como Devo, The Clash, Iggy Pop y Joy Division. De éstos sacó la que es, a su juicio, la mejor canción de la historia: “Love Will Tear us Apart”. “Es el tema más hermoso que se ha escrito”, indicó.

En 1985 y a través de Osbourne conoce a a Chris Novoselic, un hijo de inmigrantes croatas con quien forma una buena amistad. Tanto, que al poco tiempo, forman ignoradas agrupaciones como Brown Tonel, Brown Cow y Feel Matter, que sería el embrión de Nirvana.

Huelo a espíritu adolescente

El 23 de octubre de 1987, Nirvana tiene su primera formación. Cobain en la guitarra y voz, Novoselic en bajo y Chad Channing en batería. La primera actividad del cantante al timón de su nueva banda fue grabar para el sello Sub Pop un single titulado “Love Buzz”. Cobain, convencido con la idea de ser un rock star, lleva el tema a una radio universitaria para que lo roten. Como nadie llamaba para pedir la canción, a las dos horas marcó el teléfono para que la pusieran. De a poco, su música se iba abriendo paso. Y cada vez más, sus melodías de acidez existencial e infelicidad permanente comienzan a enquistarse en los oídos de los jóvenes alternativos. Con solo 600 dólares registran su debut, “Bleach” (1989), que vende 35 mil copias y lo posiciona en el mismo batallón de vanguardia que los grupos que reverencia como Sonic Youth, Pixies y Dinosaur Jr.

La primera parte estaba cumplida. El mundo empezaba a conocer a Nirvana y Cobain estaba seguro de lograr su misión: la nueva revolución rockera. En esa época se incorpora Dave Grohl –en lugar de Channing- y el trío gana en potencia. Firman con Geffen para grabar su segundo álbum, “Nevermind” (1991) –en honor al tema del mismo nombre de Paul Westerberg, líder de The Replacements-, cuyos gastos equivalen a 120 mil dólares y tenían a Butch Vig, líder de Garbage, como productor. “Estaba tan choqueado cuando escuché “Smell Like Teen Spirit” que obligué a Kurt a tocarla quince veces seguidas”, recuerda Vig.

El 24 de septiembre de 1991 el disco salió a las calles sin mayor fe en el impacto que recibiría. Pero en solo dos días se agotan las 60.000 copias editadas. Doce canciones que logran inyectar la efervescencia juvenil de Pixies, los beats rústicos de Sonic Youth y el hastío desencajado de Sex Pistols. Y que, además, tiene una portada inolvidable que alude al neoliberalismo: un bebé en el agua persiguiendo una carnada de dólar. Una imagen surgida de los cerebros de Cobain y Grohl en medio de la grabación, cuando ebrios, veían por televisión un programa especial de partos bajo el agua.

Durante ese periodo conoce a Courtney Love, una cantante adicta a la heroína que lo cautiva y, a los meses -24 de febrero de 1992-, se casan. Ese año recibe dos noticias positivas: será padre y derriba un mito. “Nevermind” –que vendió más de trece millones de copias- supera en ventas a “Dangerous” (1991) de Michael Jackson.

El caos y la autodestrucción, sin embargo, confluyen. Su esposa reconoce que consume heroína hasta el tercer mes de embarazo y él comienza a subir la dosis de la misma droga para combatir un fuerte dolor de estómago y a soñar reiteradamente que su hija nacerá sin brazos. La vida de Cobain pasa entre molestias, giras, escándalos con su mujer y confesiones. Algunas muy sabrosas. “A los 16 años había pensado en matarme, pero no quería abandonar este mundo sin tener sexo. Por eso, en una fiesta emborraché a una chica retrasada mental y tuvimos sexo. Me dio asco, pero lo hice”, relató.

Pero el camino al mito estaba cada vez más cerca. Nirvana recauda más millones con “Incesticide” (1992), un disco compuesto por singles y lados B, mientras nace su hija Frances Bean, felizmente sana. El grupo es el dueño del mundo y Cobain desparrama antipatía. “Odio a Pearl Jam, una banda que nos ha tratado de copiar todo y que son malísimos. Me gustaría ver muerto a su cantante –Eddie Vedder-“, enfatiza. Entre ingestas de alcohol y drogas, Cobain pone en marcha su trabajo póstumo: “In Utero” (1993). Un disco producido por Steve Albini –Low, Pixies-, rabiosamente punk y que se centra en la nueva obsesión del cantante: el cuerpo humano. El video del primer single “Heart Shaped Box”, por ejemplo, tiene imágenes pesadillescas, con fetos que cuelgan de árboles y frases perturbadas como “lánzame tu cordón umbilical para que pueda trepar por él”.

Es en medio de la gira de promoción de este álbum cuando el músico decide terminar con su vida. El 2 de marzo de 1994, después de una pelea en Roma con Courtney Love porque ella se niega a hacer el amor, el líder de Nirvana se convence que su mujer no lo ama y toma 60 pastillas Rohypnol, un sedante efectivo para dormir. Antes de consumirlas, escribe una carta diciendo que, al igual que Hamlet, prefiere la muerte. “Prefiero morir que pasar otro divorcio”, dice aludiendo a la separación de sus padres. El muchacho es derivado a una clínica, donde pasa 20 horas en coma hasta que comienza a recuperarse.

Sin embargo, al mes siguiente la historia tendría un final fatal. Mientras Love viaja a Los Angeles a desintoxicarse, Cobain busca recuperarse. Se interna en una clínica, pero se arranca y, desesperado, llama a un dealer para conseguir heroína. Antes de reventarse los sesos, escribe una carta –tal como lo hizo su adorado Ian Curtis de Joy Division antes de suicidarse- y se inyecta. Demasiado. Para no despertar más. Tres días después, el 8 de abril, un electricista encuentra su cuerpo sin vida y con la cabeza destrozada en el patio de su casa. Cobain había terminado con la vida que lo torturaba y había cumplido su deseo adolescente: transformarse en un mito del rock.


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