Máquinas de escribir

Escritores obsesionados con una máquina

Un invento que persevera en su práctica belleza a pesar del paso del tiempo. Si bien para algunos es un lujo extraño y pretencioso, para otros es una experiencia mágica y exigente que pone a prueba a cualquiera que desee dedicarse al oficio de escritor.

por Rodrigo Morales y R. Vera


En el documental de 2016, «California typewritter», que cuenta los avatares de una tienda/taller del mismo nombre, varios niños juegan sin tapujos frente a una máquina de escribir. Teclean descontrolados al principio y luego con más cuidado y premeditación. Les sorprende la instantaneidad de lo que ocurre y el hecho de no tener que enchufar este extraño aparato venido del pasado para obtener resultados. Su sonido repetitivo e hipnótico, como una fuente de agua surgida de un mundo industrial, parece obrar como un anzuelo efectivo que hace entender el origen de la fascinación por el ingenioso invento.

Hoy, cuando las máquinas de escribir parecen ser solo objeto de snobismo romántico, basta hurgar un poco para encontrar escritores serios y de experiencia emparentados con ellas y con una manera de trabajar que es solo para los que tienen más aguante. Las máquinas son instrumentos exigentes en los que nacieron algunos de los mejores libros contemporáneos. En medio de esa certeza, se sabe que cada escritor tiene sus propios rituales a la hora de trabajar y una especial forma de relacionarse con sus fetiches. Aquí, una breve lista:

Mark Twain

Es supuestamente el primer autor que entregó un manuscrito escrito a máquina, aunque no esta claro qué texto fue. En su autobiografía (1904) afirmó que era la primera persona del mundo en emplear la máquina de escribir para la literatura, algo que recordó con «Las aventuras de Tom Sawyer» (1876), utilizando una Remington N.º2. No obstante, hoy se cree que dicha historia se publicó a partir de un borrador a mano. Los historiadores afirman que fue «La vida en el Misisipí» (1882) la que en realidad cuenta con un manuscrito original escrito a máquina, aunque fue dictado por Mark Twain a un mecanógrafo a partir de la versión manuscrita. Twain se deshizo dos veces de la misma Remington N.º 2 frustrado con ella, pero en ambas ocasiones la volvió a comprar. Antes de que tuviera una Remington se cree que probó una Sholes & Glidden Treadle de 1874.


Ray Bradbury

¿Cómo escribir a máquina si no tienes una máquina? La respuesta la entrega el autor de las «Crónicas marcianas» en el posfacio de una de las reediciones de «Fahrenheit 451». Sin mucho dinero mientras deambulaba por el campus de la UCLA, se encontró con la sala de mecanografía en el subterráneo de una de las bibliotecas. «Era relativamente pobre en 1950 y no podía permitirme una oficina. Un mediodía, vagabundeando por el campus de la UCLA, me llegó el sonido de un tecleo desde las profundidades y fui a investigar. Con un grito de alegría descubrí que, en efecto, había una sala de mecanografía con máquinas de escribir de alquiler donde por diez centavos la media hora uno podía sentarse y crear sin necesidad de tener una oficina decente.

Me senté y tres horas después advertí que me había atrapado una idea, pequeña al principio pero de proporciones gigantescas hacia el final. El concepto era tan absorbente que esa tarde me fue difícil salir del sótano de la biblioteca y tomar el autobús de vuelta a la realidad: mi casa, mi mujer y nuestra pequeña hija.

No puedo explicarles qué excitante aventura fue, un día tras otro, atacar la máquina de alquiler, meterle monedas de diez centavos, aporrearla como un loco, correr escaleras arriba para ir a buscar más monedas, meterse entre los estantes y volver a salir a toda prisa, sacar libros, escudriñar páginas, respirar el mejor polen del mundo, el polvo de los libros, que desencadena alergias literarias. Luego correr de vuelta abajo con el sonrojo del enamorado, habiendo encontrado una cita aquí, otra allá, que metería o embutiría en mi mito en gestación. Yo estaba, como el héroe de Melville, enloquecido por la locura. No podía detenerme. Yo no escribí Fahrenheit 451, él me escribió a mí. Había una circulación continua de energía que salía de la página y me entraba por los ojos y recorría mi sistema nervioso antes de salirme por las manos. La máquina de escribir y yo éramos hermanos siameses, unidos por las puntas de los dedos».


Ernest Hemingway

En su tiempo (1899-1961), las máquinas de escribir se habían vuelto más manejables y eran ampliamente utilizadas por los escritores. Hemingway desgastó varias antes de volarse la cabeza con un escopetazo, incluida una Corona N.º 3, una N.º 4 y varias Royal portátiles. Supuestamente, el autor de «Fiesta» (1926) y «Adiós a las armas» (1929) prefería escribir de pie, manteniendo su Royal Quiet de Luxe en un estante. «El regalo más esencial para un buen escritor es tener un detector de mierda incorporado, a prueba de golpes. Este es el radar del escritor y todos los grandes lo han tenido».


Cormac McCarthy

Desde comienzos de los 60 escribía en una Olivetti Lettera 32. En 2009 su máquina fue subastada por Christie´s por un cuarto de millón de dólares, una suma que fue destinada al Instituto Santa Fe donde McCarthy escribe hace varios años. Sin embargo, el creador de «Meridiano de sangre» no pudo acostumbrarse a trabajar sin su Olivetti y acabó comprándose una idéntica por cincuenta dólares en una tienda de antigüedades.


Paul Auster

El responsable de la «Trilogía de Nueva York», tiente tanta pasión por su Olimpia SM9 que le ha dedicado uno de sus libros: «The Story of My Typewriter», ilustrado por su amigo Sam Messer. El libro va contando a través de las pinturas de Messer, cómo la máquina que Auster usa desde 1970 también tiene carácter y fluctuantes estados de ánimo.

En una entrevista publicada en The Guardian, decía que le gustaba el sonido que hacen las teclas, «… pero recurre a la Olympia solo una vez que parece que el párrafo en el que ha trabajado en sus cuadernos cuatrillizos parece terminado», aseguraba la publicación. Al escritor no le gustan las computadoras y piensa que Amazon es «el enemigo». Trabaja cerca de seis horas y en su opinión, si se mira con abstracción el hecho de encerrarse en una pieza en soledad para producir un libro, la acción no parece del todo razonable: «solo una persona que realmente se sintiera obligada a hacerlo se encerraría en una habitación todos los días… Cuando pienso en las alternativas, cuán hermosa puede ser la vida, qué interesante, creo que es (la de escribir), una forma loca de vivir tu vida».


Woody Allen

Sin falta, todos sus guiones, libros y textos cortos han sido escritos con la misma máquina de escribir, una Olympia Portable SM-3 de los 50. «La compré cuando tenía 16 años. Todavía funciona como un tanque, es una máquina de escribir alemana y es una Olympia portátil. La he tenido toda mi vida y creo que me costó 40 dólares. El chico que me la vendió me dijo que seguiría funcionando mucho después de mi muerte».


Norman Mailer

El autor de «Los desnudos y los muertos» trabajó en este libro en una Royal gris como el cemento. Todavía no tenía 30 años de edad. «Acostumbraba escribir cuatro días a la semana: lunes, martes, jueves y viernes… lo hacía en horas muy definidas. Me levantaba a las 8 u 8:30 y empezaba a trabajar a las 10. Lo hacía hasta las 12:30 , después almorzaba y volvía al trabajo a eso de las 14:30 o 15 horas y trabajaba dos horas más. En la tarde, por lo general necesitaba una lata de cerveza para impulsarme. Pero escribía cinco horas al día. Y escribía mucho. El promedio que trataba de mantener era de siete páginas mecanografiadas al día, 28 a la semana. El primer borrador me llevó siete meses…»


David Mamet

Ganador del Pulitzer y del Oscar, el escritor responsable de guiones cinematográficos como «Los intocables» o «El cartero siempre llama dos veces», se confiesa incapaz de usar un computador en vez de su Smith Corona Sterling. «Una vez traté de escribir en un computador, pero no me gustó. Porque hay algo acerca del sonido, el ritno y el tacto. Porque cuando estás escribiendo, ¿qué estás haciendo? Me refiero a que básicamente no hay nada ahí, excepto tu enferma conciencia. Así lo que quieres, o lo que quiero yo, es quedarme apegado a una cantidad muy limitada de artefactos rodeándote, justamente como a una vieja máquina de escribir o un lápiz antiguo. Esta lógica también la aplico a mi vida diaria. Porque si un día te encuentras perdido en un bosque, las cosas que te ayudarán a salir de ahí van a ser un cuchillo o una brújula, esas cosas serán un tesoro para ti, las que tendrán un verdadero significado… sé que hablo de cosas que al final pueden ser solo importantes para mi, pero es que así lo veo yo: una linda pluma, buen papel, y una máquina de escribir, y hacer millones de borradores y tenerlos todos frente a mi».


Susan Sontag

A la norteamericana (1933-2004) le gustaban las Olivetti, pero reconoce que el computador entraba en acción a la hora de terminar cualquier manuscrito. Doctora en filosofía de la Universidad de Harvard, Sontag renovó el ensayo estadounidense y lo transformó en un instrumento capaz de interpretar nuevos fenómenos de la cultura de masas, como las drogas y la pornografía. Estos temas formaron parte de su segundo libro de ensayos, «Estilos radicales», publicado en 1969. «Escribo con un rotulador, o, a veces, con un lápiz. Lo hago en blocs legales amarillos o blancos (ese fetiche de los escritores estadounidenses). Me gusta la lentitud de escribir a mano. Luego lo corrijo y vuelvo a escribirlo. Realizo correcciones tanto a mano como directamente en la máquina de escribir, hasta que no vea cómo hacerlo mejor. Hasta hace cinco años, eso era todo. Desde entonces hay una computadora en mi vida. Después del segundo o tercer borrador, entra en la computadora, así que ya no vuelvo a escribir todo el manuscrito, sino que continúo revisando a mano una sucesión de borradores impresos».


Charles Bukowski

El escritor y poeta de la Generación Beat utilizaba una Royal HH. Además, poseía una Underwood Standard, otra Olympia SG1 y una IMB Selectric II. «Aleja a un escritor de su máquina de escribir y todo lo que te queda es la enfermedad que lo motivó a sentarse y comenzar a mecanografiar algo».


Sam Shepard

Fallecido en 2017; actor, escritor de teatro (uno de los más importantes de Estadios Unidos, -ganador del Pulitzer-), y autor de libros tan importantes como «Historias de motel», Shepard aparece junto a su fiel Hermes 3000 en el mencionado documental California Typewriter: «Pienso que mi gran fortaleza como escritor se da cuando estoy solo, porque la soledad es la condición natural para la escritura… nunca duré mucho en la pantalla de un computador, porque de alguna manera te remueve de la experiencia sensorial de escribir. Cuando vas a montar un caballo tienes que prepararlo, cuando vas a escribir a máquina de escribir tienes que poner la hoja de papel; hay que ser cuidadoso. Cuando escribes a máquina puedes ver la tinta volando sobre la superficie de la hoja. Cuando tipeas está el pam! de la tecla pero también el flush! de la tinta volando hacia el papel… no sé, prefiero montar un caballo que manejar un auto, supongo que eso me pone en una perspectiva distinta respecto a mi relación con el mundo moderno».


William Faulkner

Por lo general escribía a mano pero también utilizaba máquinas de escribir. Era de su pertenencia una Royal KHM, Remington Noiseless No. 12, Underwood Portable y una Olympia SM-1. «Creo que el escritor, como he dicho antes, es completamente amoral. Toma lo que necesita, donde lo necesita, y lo hace de manera abierta y honesta porque él mismo espera que lo que haga sea lo suficientemente bueno como para que después de él, la gente decida si le gusta o no». Ganó el Nobel en 1949.