Sex pistols

Censura vs rock, enemigos irreconciliables

El historial de prohibiciones en torno a los contenidos del rock limita con el absurdo y la arbitrariedad, y es tan viejo como el mismo género. Estas son algunas de las dudosas joyas de quienes se creen capacitados para decidir qué no podemos ver ni escuchar.

por Marcelo Contreras


Era excitante, pero también una batalla. Los primeros rockeros de la década del 50, que irrumpieron con una música nueva, acelerada y explícita -«Chicos, no tienen idea lo que ella me hace”, bramaba Little Richard en “Tutti frutti”-, lidiaron desde el inicio con las constantes movidas de la autoridad, proclive a relacionar la delincuencia juvenil y la decadencia moral con aquella música. En Estados Unidos se filmaron anuncios gubernamentales describiendo el tipo de comportamiento y vestimenta que se esperaba de los adolescentes en la secundaria, descartando y condenando las maneras identificadas con la naciente escena rock, que a su vez tenía como inspiración los filmes “Salvaje!” (1953) con Marlon Brando, y “Rebelde Sin Causa” (1955) con James Dean, donde los jóvenes se mostraban como personalidades turbulentas.

Un admirador profundo de ambas cintas y sus protagonistas, Elvis Presley, fue de los primeros en sufrir los embates de la ley. El 5 de junio de 1956, el Rey se presentó en televisión en “The Milton Berle Show”, y sus movimientos provocaron alarma policial y mediática. Según el FBI su baile era como “un strip tease con ropa” y una “autogratificación sexual en el escenario”. El periódico The New York Journal se sintió en jaque: “una demostración de movimientos primitivos difíciles de describir en términos adecuados para un diario familiar”. Como consecuencia, la policía mandó a filmar uno de sus conciertos en Florida. Elvis se paró en el escenario, cantó y sólo movió un dedo. Un año antes, adultos jóvenes despacharon 15 mil cartas a las emisoras rock de Chicago, tildando como “sucia” la programación musical. Los diarios de la ciudad reaccionaron sugiriendo que las estaciones debían censurarse a sí mismas. Más tarde, en 1958, la cadena radial Mutual Broadcasting System eliminó toda su discoteca de rock, calificándola como “música distorsionada, monótona y ruidosa”.

Las diferencias raciales también causaban fricciones y medidas extremas. En 1957, la estación de televisión ABC canceló el exitoso programa musical “The Big Beat” a cargo de Alan Freed, el hombre de radio que acuñó el término “rock & roll”, porque en el cuarto episodio la estrella teen afroamericana Frankie Lymon bailó con una chica blanca del público. Otros creían que no era necesario que la música tuviera letras para incitar comportamientos fuera de lugar. El legendario instrumental “Rumble” (1958) de Link Wray -el mismo que escucha a todo volumen Jimmy Page en el documental “It Might Get Loud”(2008)-, fue prohibido en numerosas estaciones de radio porque se consideró que instaba al crimen.

Al cantante de The Doors le pidieron que suavizara la línea “nena, no podríamos elevarnos más” de “Light my Fire”, una clara alusión a las drogas. Aunque en principio accedió, en vivo la cantó sin modificaciones.

Dos íconos de los 60 como Mick Jagger y Jim Morrison reaccionaron muy distinto a la censura en televisión. Al cantante de The Doors le pidieron que suavizara la línea “nena, no podríamos elevarnos más” de “Light my Fire”, una clara alusión a las drogas. Aunque en principio accedió, en vivo la cantó sin modificaciones. Para los Stones la solicitud fue similar con “Let’s Spend the Night Together”, y Jagger canturreó “let’s spend some time together”. Otro ícono como Bob Dylan fue prohibido en una radio de El Paso en Texas durante 1968. ¿Razón? “Es demasiado difícil comprender las letras”, argumentó la emisora, aun cuando no tenían problemas en programar versiones de sus canciones. Ese mismo año en la convención demócrata de Chicago, el alcalde Richard Daley prohibió el sencillo “Street Fighting Man” de The Rolling Stones, que según su parecer podría funcionar como combustible para el agitado ambiente. La canción de Jagger y Richards tuvo ventas extraordinarias en la ciudad. El caso de Sex Pistols es ejemplificador sobre el efecto boomerang de la censura. “Never Mind the Bollocks, Here’s the Sex Pistols” (1977) provocó una batalla entre la policía londinense y el sello Virgin, porque amparados en un acta de 1899 sobre avisaje indecente, el término “bollocks” -cojones, huevas- no podía ser exhibido en afiches. La discográfica contrató al jurista John Mortimer -más tarde, caballero del imperio británico- por la detención de Chris Seale, el gerente de una tienda Virgin. En el juicio iniciado en noviembre de 1977 debatió en torno a la palabra y finalmente no se encontraron culpables, mientras The Sex Pistols se convertía en la banda más famosa del país, y el disco en un clásico inmediato del rock.

A mediados de los 80, en plena era Reagan , cuando la política y la moral pública estadounidense sintonizaron con los valores más conservadores, un grupo de esposas de políticos prominentes encabezadas por Tiper Gore, cónyuge del entonces senador Al Gore, formó el comité The Parents Music Resource Center, PMRC. La intención era seguir la fórmula de la calificación cinematográfica estadounidense, instando a la industria musical a rotular su material. La letra chica de la iniciativa dejaba en claro que más que una autoregulación, PMRC pretendía ejercer derechamente censura. La intención no solo era el famoso adhesivo advirtiendo sobre el contenido de las letras, sino presionar a tiendas de discos y la televisión a suprimir material calificado como explícito, como también someter a revisión los contratos de artistas. En el debate de estas iniciativas, el blanco predilecto del comité fue el género más popular de aquel momento: el heavy metal.

Para demostrar que la sociedad estaba como estaba, la instancia senatorial a cargo vio videos de Van Halen -“Hot for the teacher”- y Twisted sisters –“We‘ re not gonna take it”-, y escuchó exposiciones académicas donde se trató de demostrar que el metal, a diferencia del jazz y el rock, inculcaba el odio, y que la relación de los fans con el género poseía características religiosas.

Fue bajo este clima que en los años siguientes sucedieron dos de los juicios más bullados en la historia de la música popular, cuando los padres de adolescentes que habían optado por el suicidio acusaron primero en 1987 a Ozzy Osbourne, y en 1990 a Judas Priest, de haber empujado a los jóvenes con sus canciones a terminar con sus vidas. Las demandas fueron rechazadas.

Desatada la paranoia tras los atentados de las Torres Gemelas de 2001 en Nueva York, el 13 de septiembre de ese año comenzó a circular un listado de canciones en las radioemisoras estadounidenses de la cadena Clear Channel, que debían ser suprimidas por contener términos como “avión”, “volar” y “arder”. Por supuesto, la gran mayoría de los artistas mencionados pertenecían al metal, pero también figuraron The Bangles con “Walk like an egyptian”, Alanis Morissette con “Ironic”, The Beatles con “Ticket to Ride”, y Elton John con “Rocket man”. Así también en Canadá en 2011 un radioescucha se dio cuenta que el éxito de 1985, “Money for nothing” de Dire Straits, contenía la palabra “faggot”, por lo que presentó una queja. El Canadian Broadcasts Standards Council le encontró la razón y prohibió el tema. Como reacción varias estaciones del país norteamericano no solo se negaron a cumplir la medida, sino que programaron la canción insistentemente con el apoyo de organizaciones gay.