Piñera

Sebastián quiere

El nuevo sinsentido paródico de Piñera en el funeral de su tío Bernardino reitera su menosprecio con la gente, su creencia de que es distinto -y superior-, y la escasa valoración por el rol republicano que detenta.

por Juana Durán


Habían pasado pocas horas desde la caída de las Torres Gemelas en Nueva York. Mientras el mundo veía en vivo la destrucción y olfateaba la muerte, la cadena televisiva Fox contactó telefónicamente a Donald Trump. Sus primeras frases no fueron de empatía ni solidaridad con el dolor. Más bien, se centraban en sí mismo. “Desde ahora la torre Trump es la más alta de Manhattan”, dijo.

Como uno de los más grandes millonarios de su país, el entonces empresario no lograba cuajar con la desolación colectiva. No le importaba. La ignoraba. Su interés radicaba en ser primero. En que los demás comprendieran que era distinto al resto. Algo similar le sucede a Sebastián Piñera. El show del domingo en el funeral de su tío Bernardino, digno de un sketch absurdo de Andrés Rillón, fue una nueva muestra de su carácter torpe, sin control y con una absoluta ausencia de su rol republicano.

Cuando Chile ya superó los contagios de países como España e Italia y existe un total descontrol de la pandemia, Piñera y su familia hicieron lo que quisieron. Se vulneraron todos los protocolos. Hubo 21 familiares presentes –cuando se permite un máximo de 18 personas- más seis músicos, dos fotógrafos y tres sacerdotes. Y lo peor: porque “Sebastián quiere”, como dijo un familiar del presidente según se escucha en el video viralizado, abrieron la urna para que Piñera observara por última vez a su tío. Bernardino, por lo demás, no era cualquier tío. Fue quien hizo gestiones personales ante la justicia en septiembre de 1982 para que su sobrino no fuera detenido –mientras permanecía prófugo- por la estafa en “el caso Banco de Talca”.

Las explicaciones aumentaron la comicidad. Mientras Paula Daza, la subsecretaria de salud pública, aseguraba que Piñera y familia “habían tenido mucha precaución” y políticos oficialistas aseguraban que “el atáud estaba sellado y que el sacerdote no había muerto de Covid”, Herman Chadwick, presidente de Enel, hermano de Andrés y primo de Piñera, en entrevista con un diario afirmaba que su tío efectivamente “murió de Covid” y que las demás personas que los acompañaron y que no eran familiares, “no cuentan”.

El escaso valor a su primera magistratura no es nuevo en Piñera. Sus impulsos, como los de Trump, son los de un niño al que hay que darle en el gusto. Lo hemos visto varias veces. En 2013, mientras revisaba una demolición habitacional en Bajos de Mena, le dijeron que no podía pasar entre los escombros, que era peligroso. Igual lo hizo y Germán Codina, el actual alcalde de Puente Alto, evitó un accidente mayor cuando resbaló y lo alcanzó a tomar. O cuando hace unos meses, en plena cuarentena, se bajó del auto presidencial para tomarse unas fotos –en un acto abiertamente provocativo- en una vacía plaza Italia.

Así como sus colaboradores hablaban que era positivo para los adultos mayores llegar a los consultorios de madrugada para conversar o que no sabían que tanta gente se trasladaba en transporte público, como dijo Gloria Hutt, la ministra de transportes, cada paso que rodea a Piñera es un nuevo error comunicacional. Una confirmación que quien gobierna es dueño de un sinsentido paródico que irrita y menosprecia a las mayorías que juntan rabia para cuando esta pandemia sea un triste horror del pasado.