Eduardo Frei

El día del discurso que le costó la vida a Eduardo Frei

Hace exactos 40 años, el ex presidente fue el único orador en el acto “Reunión de los chilenos libres” en un repleto teatro Caupolicán, donde alertó en 80 minutos sobre un plebiscito cuyo resultado estaba “predeterminado”. El 22 de enero de 1982, el líder DC moría en la clínica Santa María por la intervención de agentes de la dictadura de Pinochet.


Los últimos meses no habían sido buenos para Augusto Pinochet. Al descrédito internacional por las torturas, desapariciones, asesinatos y exilios de su ilegítimo gobierno, se sumó un ridículo mundial en marzo de 1980: en pleno vuelo a Filipinas, el presidente de ese país, Ferdinand Marcos, canceló la visita del genocida. Según las agencias noticiosas, por presiones de los ciudadanos que se referían a Pinochet como “un asesino sanguinario”. Para el gobierno chileno, fue un imprevisto de última hora de Marcos que lo ausentaría de Manila.

Culpando nuevamente al “marxismo internacional” de su aislamiento, Pinochet, por esos días, preparaba su gran golpe. Una nueva Constitución de facto que le permitiría concentrar todos los poderes. El 8 de julio de ese año, el Consejo de Estado entregó al genocida un proyecto de Constitución. Poco menos de un mes más tarde –el 5 de agosto-, la Junta Militar acordó en secreto la realización de un plebiscito el 11 de septiembre. Supervisada por Jaime Guzmán, el plan contenía, entre otros, la supresión del Congreso Nacional, un período presidencial ampliado a 8 años, altos quórums para reformas constitucionales y establecía que, a fines de 1988, se haría una nueva elección para votar por un candidato propuesto por la dictadura que, de triunfar, estaría ocho años más en el poder con un Congreso elegido parcialmente vía sufragio universal.

En forma imprevista, el 10 de agosto, Pinochet brindó una cadena nacional de radio y televisión para explicar la convocatoria a plebiscito, llamando “la constitución de la libertad” a su nuevo proyecto de Carta Magna y alertando que el rechazo significaría “el retorno a la situación política y jurídica existente en el país el 10 de septiembre de 1973”.

Por primera vez en siete años, el gobierno militar autorizó un acto opositor liderado por la Democracia Cristiana. En apenas tres días, los adversarios a la dictadura organizaron el 27 de agosto de 1980 un acto en el teatro Caupolicán llamado “Reunión de los chilenos libres” con un exclusivo orador: el ex presidente Eduardo Frei Montalva.

Aunque la reunión tuvo una mínima difusión en la prensa –fue obviada por los diarios y solo Canal 13 le dio menos de un minuto en su informativo central-, las radios Chilena y Cooperativa transmitieron el evento. Fue un éxito: siete mil personas repletaron el lugar y afuera quedaron más de diez mil sin poder entrar, en medio de un fuerte contingente militar armado de metralletas y corvos.

En uno de los discursos más recordados de la historia política reciente de Chile –entre los que estuvo Sebastián Piñera y su padre, José-, Frei Montalva explicó durante ochenta minutos que el resultado del plebiscito estaba “predeterminado”. Sin la participación de la ciudadanía, con los partidos políticos proscritos y sin conocimiento sobre lo que proponía la dictadura, el ex presidente sostuvo que la votación “era una burla en cuanto al período y a los poderes acumulados”. Es “una antihistoria” que, dijo, rivalizaba con la tradición democrática de Chile. En uno de los momentos más emotivos –y valientes-, Frei dice que “no van resucitar los muertos y los desaparecidos”, mientras el teatro completo grita “asesino/asesino” y llamó a recuperar la democracia con “un gobierno de transición que convoque a una Asamblea Constituyente, abierta a todas las corrientes de opinión, para elaborar una nueva Constitución” y pidió por “el restablecimiento de las libertades públicas, el regreso de los exiliados, el fin de la intervención en las universidades y la derogación del estado de emergencia”.

En uno de los discursos más recordados de la historia política reciente de Chile –entre los que estuvo Sebastián Piñera y su padre, José-, Frei Montalva explicó durante ochenta minutos que el resultado del plebiscito estaba “predeterminado”.

Ese discurso, unido a una entrevista a la periodista Patricia Verdugo –autora del best seller de los 80, “Los Zarpazos del Puma”- en los días previos al plebiscito donde manifestó que la génesis constitucional del dictador se basaba en una “desconfianza al pueblo, con disposiciones destinadas a reprimir y coaccionar”, sellaron su destino. El 11 de septiembre de 1980, Pinochet ganó en forma fraudulenta con el 67% de los votos a favor versus un 30,2% en contra, pero no se olvidó de Frei. 

El líder demócrata cristiano, a su vez, afianzaba su relevancia interna y externa. Se incorporó como integrante de la comisión Norte-Sur, el grupo de estadistas más prestigioso del mundo encabezado por el ex canciller germano, Willy Brandt, y adhirió al grupo del sindicalista Tucapel Jiménez –degollado en febrero de 1982- que preparaba un paro nacional. Como había pasado con el general Carlos Prats, que también concitaba respeto y admiración, Pinochet resolvió que era un enemigo que debía eliminar. 

A fines de 1981, una operación sin trascendencia –una hernia al hiato- en la clínica Santa María se transformó en un operativo de exterminio dirigido por Pinochet para asesinar al ex mandatario por agentes represivos. Tras sucesivas intervenciones quirúrgicas y una turbia autopsia hecha sin el consentimiento familiar, Frei falleció el 22 de enero de 1982. A su velorio, en una despedida multitudinaria en el Catedral Metropolitana, Pinochet no solo asistió junto a su esposa e integrantes de la Junta Militar, sino que decretó tres días de duelo nacional. En sus memorias, el genocida afirmó que “nadie podía negar que había sido un hombre honorable, honesto, notable estadista y una figura política de fama internacional”. Otra vez, la traición triunfaba en la oscuridad.