33 rpm

Yo no canto por cantar

En más de 900 páginas, el completísimo libro “Historia de la canción protesta” (2016) del periodista inglés Dorian Lynskey repasa en 33 canciones los cambios sociales de la música en la sociedad y que incluye a “Manifiesto” de Víctor Jara, como el único tema en español de la lista.

por Felipe Rodríguez //


La idea surgió en un viaje a Kenia en 2005. Dorian Lynskey, periodista del diario inglés The Guardian, fue enviado a África para escribir de la situación política de ese país cuando paseando por sus calles se impactó de la musicalidad de la gente. Las canciones eran fundamentales en sus vidas. Pero con un aderezo: muchos de los temas más reconocidos hablaban de sus tormentos internos. En meses anteriores, había estado en Israel, Serbia y Ucrania, y leyendo sobre la historia de esos lugares, se dio cuenta que las canciones de protesta generaban un impacto común en sus ciudadanos, pese a sus manifiestas diferencias. “Escribí un artículo sobre la música de protesta de esos países y se me ocurrió algo aún mejor: escribir un libro sobre la música de protesta en todo el mundo. Lamentablemente, nadie me apoyó en esa idea. Ninguna editorial quiso vender ese libro y mi aspiración se fue a la basura”, dice Lynskey.

A su regreso a Londres, el británico depuró su esbozo primario y lo reemplazó por algo mucho más concreto y de mayor interés en las librerías: reunir 33 historias de canciones de protesta del último siglo que expresaran sucesos políticos, culturales y sociales que cambiaron el curso del mundo. “Es un tema tan grande que no sabía cómo hacerlo hasta que se me ocurrió la idea de las 33 Revoluciones por minuto, para asociar la música con los cambios culturales. Quise centrarme en canciones específicas y luego hacer un zoom para describir a las personas y eventos que llevaron a su creación. Creo que di en el clavo porque fue una manera didáctica de abordar los hechos”, señala el inglés.

En más de 900 páginas, “33 Revoluciones por Minuto: Historia de la canción protesta” (2016) es una obra gigantesca que aborda desde “Strange Fruit”, una canción interpretada en 1939 por Billie Holiday, sobre los linchamientos a negros en el sur estadounidense -y considerada la primera canción protesta-, hasta “American Idiot” de Green Day en 2004, un alegato sobre la política internacional de George Bush jr. tras la caída de las Torres Gemelas. 

Aunque por sus páginas se describen temas emblemáticos de artistas como Bob Dylan, The Clash, The Specials, U2, Stevie Wonder, Public Enemy y James Brown, entre otros, el libro deja un espacio para tres artistas que no provienen del circuito anglo: el jamaicano Max Romeo, el nigeriano Fela Kuti y el chileno –y único creador en español- Víctor Jara. Lynskey cuenta que tangencialmente conocía la trágica historia del músico y director teatral desde hace años por referencias de Joe Strummer, el desaparecido líder de The Clash y por los discursos de Bono, el vocalista de U2, pero que cuando decidió investigar el origen de “Manifiesto” –canción incluida en el álbum póstumo del mismo nombre (1974)- quedó impactado por el nivel de violencia con que los militares actuaron en su contra. El autor cuenta que le llamaron la atención varias cosas de Jara: su convencimiento, riesgo y valentía en su creación; la brutalidad con que fue tratado por los militares durante su estadía en el estadio Chile –según la autopsia que le realizaron en 2009, el compositor tenía varios huesos rotos por los golpes, las manos desfiguradas y 33 impactos de bala en diversas zonas del cuerpo- y el respeto reverencial que le tenía Phil Ochs, un músico folk izquierdista estadounidense que vino a Chile y lo conoció en 1971 y que, tras su muerte, organizó un concierto a teatro lleno en Nueva York en 1976, llamado “Una noche con Salvador Allende”, que tributó a los muertos por la dictadura chilena y que contó con Bob Dylan como uno de los músicos centrales y a Joan Jara e Isabel Bussi, las viudas de Víctor Jara y Salvador Allende respectivamente, entre las invitadas estelares. “La historia de Víctor Jara es tan extrema y trágica que tuve que incluirla. Su encuentro en Santiago con Phil Ochs, me permitió construir un puente entre la música de protesta estadounidense y Chile para que tuviera sentido para el lector. Creo que si describes la canción protesta como sinónimo de riesgo y valentía, entonces Víctor Jara está en lo alto de la lista. Pagó un precio que ningún cantante inglés o estadounidense pagó jamás”.

-¿Ayudó en tu interés por Jara que su viuda sea inglesa?

-Eso no me importó mucho. Lo importante de Joan era la elocuencia de su libro sobre Víctor. Fue un gran recurso para mí. Para el pueblo chileno, Víctor Jara y Violeta Parra están en el mismo nivel. Sé que Parra es la que impulsó todo el movimiento musical de músicos que se hacían parte de la realidad en Chile, pero no podía incluir a más. Por eso me concentré en Víctor Jara, sin olvidar a otros músicos sudamericanos que tomaron riesgos similares en momentos difíciles como fueron las dictaduras militares en esa época en Sudamérica. 

Lynskey cuenta que conocía la trágica historia de Víctor Jara desde hace años, por referencias de Joe Strummer.

La palabra como arma

Al igual que “Manifiesto”, cada canción incluida en este libro recrea momentos cruciales en los movimientos sociales del último siglo. “Nelson Mandela” de The Specials es un alegato de libertad para el héroe sudafricano que estuvo preso durante 27 años; “White Riot” de The Clash recuerda las revueltas que se produjeron en los 70 contra las comunidades jamaicanas en Londres o “Mississippi Goddam” de Nina Simone se incrusta en la lucha de los negros estadounidenses liderados por Malcom X por los derechos civiles en 1964. Historias en que la canción se hizo parte de la sociedad y generó un nuevo rumbo en la convivencia de distintas razas. “En el libro digo que la canción protesta aborda un tema político que se alinea con el oprimido. En una definición amplia, es una canción que no solo es de un hombre con su guitarra, sino que comprometido con su entorno, que está interesado en que las cosas cambien para mejor”. 

-¿Los músicos actuales tienen la misma conciencia política que los músicos de décadas anteriores?

-Algunos lo hacen. Creo que tendemos a exagerar el número de músicos de mentalidad política en retrospectiva, pero nunca fue la norma. Recordamos las grandes figuras como Dylan, Public Enemy o The Clash, pero la mayoría de los músicos no eran particularmente políticos. Aunque la palabra siempre es un arma de reflexión.

-¿Crees que a los músicos jóvenes les interesa la política?

Por supuesto. Si todos quieren que los músicos se ocupen de esos temas es una cuestión diferente. No creo que los cantantes tengan el mismo peso cultural que lo que tuvieron en los 60, cuando muchas personas creían genuinamente que debían estar a la vanguardia de la revolución. 

-¿Quién es tu banda política favorita? 

-Public Enemy. Fueron feroces, inteligentes, emocionantes, dramáticos y sin concesiones. No sólo tenían el mensaje correcto en el momento adecuado, sino que tenían el sonido y la estética adecuados. E incluso sus defectos eran interesantes y reveladores. Los descubrí cuando me interesaba la política a la edad de 16 años y me enseñaron mucho. Creo que su fase máxima, entre 1987 y 1991, es intocable en todos los niveles.